Portada

Un viaje rodeado de volcanes (sierra de Ecuador I)

Ecuador se divide en tres zonas geográficas bien definidas: la playa, la sierra, y la selva. La cordillera de los Andes hace de barrera entre la playa y la selva dando a cada zona una climatología y características únicas.

Después de nuestro voluntariado en la selva cerca de Tena, decidimos junto a la pareja de franceses con los que convivimos, viajar un tiempo a una sierra que estábamos deseosos de conocer. Nadie, y con razón, nos había dicho nada malo sobre la cordillera hasta el momento.

Nunca nos hemos sentido tan seguros y libres como en los días que deambulamos por esta parte del mundo.

Caminando Misahualli

Marina cruzando el río Misahualli.

Campo base Latacunga

Scott nos dejó pasado un puente donde nos despedimos del río Musahuallí. El reto en el instante siguiente era hacer dedo los cuatro juntos.

Convenimos que podíamos intentarlo todos y si un coche no tenía suficiente espacio, irían ellos primero, al fin y al cabo teníamos más callo aguantando la incertidumbre. Con una ciudad como destino, dejaríamos al autostop hacer su magia.

Y la hizo. Pronto paró el primer candidato con una sorpresa. Un jeep azul, viejo y bien cuidado, con equipaje atado en la baca y una familia abierta y habladora nos esperaba en su interior. Había espacio de sobra dentro del vehículo, la parte de detrás estaba configurada en bancos que formaban una U y nos dejaba espacio para todas las maletas y también nosotros.

Remy y Lisa dedo (2)
Remy y Lisa dedo (1)

El dedo a punto de hacer magia por segunda vez.

Compartimos destino dos horas y media con esta amable familia hasta que llegamos a Baños de Agua Santa, población a las faldas los Andes. Llegando a la ciudad propiamente dicha observamos a extranjeros de todos los colores montados en vehículos de todo tipo dando vueltas alrededor. Y es que como tantas veces ocurre, el lugar, un precioso enclave, está sobreexplotado turísticamente. Esto no es casualidad, es debido a su situación que hace de embudo para todo el tráfico que entra a la selva desde el centro del país, y también a su riqueza natural, cascadas, cuevas, baños termales y senderos por selva frondosa.

Pero era demasiado para nuestros cuerpos acostumbrados a la tranquilidad de selva y río que traíamos encima.

Fuimos a dormir a un camping de viajeros puro. Muchos de ellos pasaban tiempo pidiendo en semáforos por actuaciones, y había buen ambiente para quien tuviera ganas de socializar. Quizás fue un poco excesivo para nosotros en contraste con la calma que acumulábamos, por eso preferimos ir directamente al famoso Cotopaxi, y para ello hicimos base en Latacunga.

Cotopaxi Marina Vertical

En plena aventura.

Autenticidad genuina

Para llegar, asombrosamente conseguimos hacer autostop de nuevo los cuatro juntos, agolpándonos en la parte trasera de un coche. No nos distaba mucho de la ciudad, aun así pudimos disfrutar el bello paisaje.

La sierra está salpicada de volcanes, lagunas y cráteres. Tantos, que llega a convertirse en una anormalidad de otro planeta para nosotros y algo extremadamente habitual para sus lugareños.

Latacunga es una ciudad genuina, de tradición y cultura bien serrana. Llevada con orgullo y sencillez, esta cultura salpica sus calles e inunda su mercado y plaza principal. Las buenas y baratas conexiones en transporte público, hacen de esta ciudad un ombligo de actividad y comercio.

Muestra de autóctonos serranos

Imagen típica y folclórica de Latacunga.

Desde aquí, quedan a mano muchas visitas entre las que se encuentra el volcán Cotopaxi y la laguna de Quilotoa. Encontramos un hotel barato y planeamos la subida al volcán para el día siguiente.

El objetivo fue pasar dos noches acampados arriba, para sentir la naturaleza al máximo.

Quiero un volcán para mí, por favor

A partir de cierta altura el paisaje nos rodeó con densa niebla. Habíamos llegado a las faldas del volcán pero no se distinguía a pocos metros siquiera. Un plano mal hecho nos indicaba una zona de acampada que parecía salida de “The walking dead”. Era temprano y parecían las 7 de la tarde de la poca luz que entraba. Decidimos dar una vuelta por los alrededores con todo el equipaje para dar tiempo a que se despejara.

Camino nublado Cotopatxi

Camino, nubes y restos de niebla en el Cotopaxi.

Dimos una vuelta a un senderito que rodeaba la laguna de Limpiopumbo, hogar de muchas aves particulares de este ecosistema, el páramo, y paramos a comer. Todo el parque parecía un desierto marciano. No estábamos en temporada alta, y una de las razones eran días como aquel.

Poco tardamos en sucumbir al peso del equipaje, que a pesar de estar aminorado llevaba consigo víveres para un par de días, ropa de abrigo y material de camping. Aunque la razón principal fue una tromba de agua que nos obligó a buscar refugio. Fuimos de nuevo a la zona de acampada que la niebla ya nos dejaba ver. Seguíamos sin poder ver nada más allá de unos 100 metros, con un frío que chupaba el tuétano, y un Cotopaxi vergonzoso que se hacía de rogar y escondía encima de nosotros.

Levantamos un pequeñísimo fuego, para calentarnos algo con sopa de lata tibia, que la humedad nos exigía estar avivando y hacía extenuante. La noche nos llegó pronto fruto del cielo encapotado y la recibimos junto a los zorros que vimos merodeaban alrededor. Zorros que nos obligaron a esconder la comida en alto y alejada de nosotros.

Marina y Lisa preparando la comida

Marina y Lisa preparando la comida.

Estábamos empapados de humedad, también nuestras mochilas y ropa. Quisimos secar los colchones para no dormir sobre mojado con tan mala suerte, y un poco de “paverío”, que se acercó demasiado a un fuego débil que o no calentaba o quemaba, y pinchó uno de ellos. Tocaba dormir en un suelo mojado de lluvia. No pintaba idílica esa noche.

Amanecimos tiritando, con las primeras luces de la mañana, y deseando prepararnos para ser calentados por algún rayo de sol. Marina y yo corrimos a hacer una caminata para entrar en calor subiendo la primera colina que teníamos cerca. Fuimos campo a través, pues la vegetación es muy esquivable, hasta encontrarnos un pequeño camino que seguía y seguía subiendo en altitud y hermosura.

Si ya de por sí en el parque, área de camping y resto de zonas no había nadie, en este camino perdido nos sentimos como Adán y Eva en un mundo a construir. Caminamos como media hora hasta que el cielo empezó a abrirse y justo el camino descendía de nuevo hacia otro volcán. Por inercia, nos dimos cuenta que el Cotopaxi estaba a nuestra izquierda, detrás de una montañita, así que corrimos campo a través de nuevo subiendo la montaña y acortando distancias. Ahí estaba, desposeído de cualquier maquillaje, el volcán se alzaba delante de nosotros, para nosotros, en una de las imágenes más bonitas que recuerdo presenciar en mi vida.

Majestuoso Cotopatxi

Majestuoso Cotopaxi.

Ya está. Bajamos al camping convencidos de que ya habíamos cumplido. El colchón pinchado, el frío perenne y la imposibilidad de cocinar con toda la madera de los alrededores mojada, nos hizo decantarnos por la vuelta. Los franceses decidieron quedarse un día más, ellos no habían tenido la misma suerte.

Pesadilla de soslayo

Ya de vuelta en Latacunga y habiendo descansado en el hostal, pasamos la mañana dando un paseo por la ciudad y el mercado.

Al volver al hospedaje encontramos al chico francés sentado en el modesto lobby con la cara pálida, sudor seco y una expresión de terror que aún mantengo viva en la memoria.

Nos contaron que durante la noche, con el parque en completo silencio, llegó un animal más grande que un zorro a hacerles compañía. Poco después de anochecer, mientras salían de la carpa, se encontraron dos ojos reflectantes que clavaban su mirada en ellos. La altura ya les dio pistas de que era más que un pequeño animal. El oso ipso facto empezó a caminar hacia ellos y las ruidosas pisadas retumbaban en todo el valle.

Ciervo Cotopatxi

En esos días calmados estuvimos rodeados.

Corrieron a guarecerse dentro de la tienda de campaña rezando porque el oso perdiera la curiosidad, aterrados por lo que podría hacerles con un simple manotazo incluso jugando. El oso ni corto ni perezoso se tumbó cerca, y nuestros amigos pasaron una noche horrible sin moverse, arrodillados y sujetándose la cabeza para evitar hacer el mínimo ruido, escuchaban nítidamente las respiraciones del animal. Pasaron muchas horas sin poder hablarse. Nos contaron la cantidad y calidad de pensamientos que tuvieron imaginando un destino fatal en mitad de la sierra ecuatoriana.

El oso no se fue hasta el amanecer. Pasaron seguramente una de las peores noches de su vida, sin embargo, ya el día después sabían que esta experiencia les había unido muchísimo.

Si vas a Ecuador no te pierdas Quilotoa

Antes de visitar la capital del país, no podíamos dejar pasar la oportunidad de visitar la laguna de Quilotoa.

Laguna de Quilotoa

Laguna de Quilotoa.

Cogimos un pequeño bus que para llegar allí desde Latacunga demora poco más de una hora. ¡Qué hora! Durante este tiempo el viaje vale muchísimo la pena. Los paisajes serranos, planicies a 4.000 metros de altura, humildes poblaciones llenas de autenticidad, y escenas de gente trabajando el campo o pastoreando fueron motivos que hicieron valer la pena esa excursión sin siquiera llegar al turisteo.

Existe un trekking de varios días en el que recorres parte de estos pueblos y paisajes que sin duda haría si tenemos la opción de volver. Llegar tan rápido nos dejó con ganas de más de aquella bella naturalidad.

La laguna son los restos de un volcán que colapsó sobre sí mismo. Se hizo lago a base de acumular el agua que va lloviendo. Es un espectáculo a la vista, un lugar que te cuesta concebir incluso estando allí. Tardas unas cuatro hora en dar una vuelta completa, y una hora en bajar y subir hasta el agua.

Aperitivo perfecto antes de despedir Latacunga y descubrir Quito.