Después del episodio en Peguche, cargados de fuerza vital por el "simple" hecho de no haber muerto, decidimos bajar caminando hasta Otavalo. Lo recorrimos con la intensidad que te permiten las mochilas, comimos en su mercado, visitamos las ventas de artesanía tan famosas del lugar, y nos dirigimos finalmente al punto donde la ruta circular que habíamos planeado empezaba.
Caminando a Otavalo.
Sin horizonte
No fue un autostop fácil. El hecho de no tener destino, sino improvisar con las poblaciones que veíamos en el mapa nos puso a prueba. La técnica fue decir al conductor la última ciudad en la carretera principal, antes de que ellos desviaran. Así aseguramos el aventón, pues no circulaba casi tráfico.
Una camioneta Toyota roja paró con espacio en la cabina para los dos. No fue nada fluida la comunicación, tanto antes de subir, sin entendernos del todo, como en el viaje en sí, en el que un sacacorchos hubiese venido bien.
Durante el trayecto más y más gente subía a la caja y al bajar pagaban, signo de que nos metíamos en terreno poco transitado. Cuando un automóvil hace de taxi improvisado esa ruta tiene papeletas para ser limitada en recursos. Todo tipo de gente subía, y al preguntar, nos confirmaron que solo pasan por esa zona un par de autobuses al día. No teníamos certeza de dónde nos dejaba ni plan B, lo que sí sabíamos es que tráfico había realmente poco.
La falta de medios es literal.
La peor incertidumbre haciendo dedo
Siempre que acaba un viaje y el conductor nos pide dinero cuando nosotros esperábamos un autostop canónico se vuelve una situación incómoda a la que no nos terminamos de acostumbrar. Si, como en este caso, el gesto se veía como algo habitual, nos invade por momentos rabia e impotencia de sentir que no nos hemos hecho entender lo suficiente. Muy distinto es si lo sentimos como engaño.
Bajamos en medio de una carretera rodeada de una niebla densa antes de que la camioneta se metiera hacia caminos locales. Vallados de palos y alambres perfilaban la vía y solo una tiendita muy modesta era referencia a la que pudimos acudir. No sentíamos como una opción buscar un lugar donde acampar por allí. Caminamos unos pocos metros hasta un badén a esperar y seguir haciendo dedo.
Cuando haces dedo es mucho más agobiante el poco tráfico que los continuos noes que puedas recibir. Estuvimos hora y media esperando y únicamente pasaron tres camionetas llenas de niños volviendo de las escuelas, ni un solo transporte privado. Preguntamos por un autobús viendo que sería opción más sensata si no queríamos dormir por allí y nos dijeron que en un par de horas pasaría el último del día.
Pasamos otra media hora sin tráfico, inquietos por si nos quedábamos aislados con solo una comida en las mochilas, cuando un camión surgió de la niebla. Nos abalanzamos a él y pedimos que nos llevara. Asintió un tanto desconfiado pero antes de que pudiera dudar ya estábamos en la parte trasera, no fuera a ser que se arrepintiera.
Vistas desde nuestro camión preferido por unas horas.
El viaje en la caja del camión fue de los más incómodos que tuvimos. Solo quedaban restos de platanero, una piña y mucho, mucho polvo, que se levantaba constantemente por los baches del camino, que pronto se convirtió en horas de camino de tierra.
Llegamos horas más tarde a una pequeña población ya sin niebla (Apuela) que justo hacía la mitad del camino circular que nos marcamos. Preguntamos por un sitio tranquilo donde acampar y nos indicaron una cancha de fútbol a las afueras. Más tranquilos, eso hicimos, cenamos y disfrutamos de las estrellas y la tranquilidad de estar en un lugar genuino.
Acampando en la cancha de Apuela.
Sensaciones condensadas
El día siguiente se resume en 5 vehículos a los que subimos, caminatas por caminos conectados con la naturaleza y su paz, la visita a la majestuosa laguna de Cuicocha y muchísima confianza hacia el pueblo ecuatoriano y su arropamiento.
Echando la vista atrás en el viaje, esta fue la situación en la que más seguros nos sentimos transitando zonas aisladas, a pesar del episodio en la densa niebla.
Ecuador nos permitió sentir independientes de todas las necesidades y planificaciones a las que siempre nos forzamos. Todo posible gracias a un pueblo amable, un país seguro y un control sobre las personas sensato y laxo.
En uno de tantos vehículo de tan bonita excursión.
Vivimos unos días comprobando y alargando sensaciones de libertad, con la pureza y fe en su máxima expresión que tanto soñábamos antes de empezar. En la vuelta a Quito fuimos corroborando cómo las oportunidades del dedo aumentaban pero la impronta general no cambiaba de unos paisanos a otros.
Fue una vuelta a la sierra que nos hizo sentir más viajeros, confiados y esperanzados; gasolina para otros momentos en los que pudimos dudar de todo aquello.